Para el Arquitecto Víctor José Stilp Piccotte mi profundo agradecimiento por compartir tan valioso material.
La Ciudad Perdida y el Fuerte del Pantano®
(“Una anécdota de viaje” Dpto. Arauco – provincia de La Rioja)
Relato extractado del libro (inédito) “Sueños y Quimeras sobre Arauco”®
Del arquitecto Víctor José Stilp Piccotte©
Nunca imaginé que mis “relatos históricos” causaran tanto desvelo en los ocasionales asistentes a las matutinas veladas de Té, Mate, y Café, en la Municipalidad de Castro Barros.
Por lógica, el ahínco puesto de manifiesto para escucharme, pronto se transformó en desasosiego, por aquello de… “¡Gringo, siempre con lo mismo!”
Tal vez por ello, y deseosos de que acabara con mis “pesados” relatos, dos compañeros me invitaron para acompañarlos en una travesía que habían planeado realizar por los médanos de Arauco (Con el fin de visitar las ruinas de la Ciudad Perdida y el Fuerte del Pantano) Míticos lugares que formarían parte de mi vida de escritor.
Claro que para no pasar por un “vulgar historiador” (aunque me negaba a concebir que en el árido paisaje del noreste riojano se cobijara una historia semejante) decidí aceptar el desafío, y fue así como acompañé a los amigos. (Quienes habían persuadido a vecinos de la localidad de “Bañados de los Pantanos” para que nos escoltaran como guía)
-Desde Aimogasta[1] hemos llegado hasta Alpasinche[2] por la “Nueva 60” y desde allí retornamos por la traza antigua- asegura Nicolás. Quien luego de invitarnos a descender de la camioneta, gira retomando la nueva traza de la Ruta 60.
En silencio caminamos por lo que conjeturo es el cauce seco de un río descendiendo hacia el Valle, alejándonos de la imponente montaña.
-Hacemos esta parada para que observes la historia que ha quedado grabada en estas rocas- Recupero las palabras de Nicolás antes de descender… -Gringo, acá podes observar los fósiles de diatomeas-
Ricardo, ignorando mi desconcierto, levanta su mano derecha señalando un lugar de la Quebrada. En realidad una pared vertical de arenisca pergeñada en el tiempo por el ahora inexistente río.
-Contienen sílice- asegura –y más abajo, camino de la Quebrada de Mazán[3], se repiten… en un paraje que se llama Tinocán[4]-
El sol invernal, en el semidesierto riojano, apenas asoma sobre el perfil de las cumbres lejanas del Ambato[5]. Entonces damos inicio al recorrido.
-Los dejo aquí, y los espero en el cruce con la ruta nueva sobre el cauce del Tuscamayo[6]- había dicho Nicolás -Nos encontramos allí-
Inmersos en arenales amarillentos que rememoran los tiempos del río milenario, continuamos caminando.
En silencio caminamos por lo que conjeturo es el cauce seco de un río descendiendo hacia el Valle, alejándonos de la imponente montaña.
-Hacemos esta parada para que observes la historia que ha quedado grabada en estas rocas- Recupero las palabras de Nicolás antes de descender… -Gringo, acá podes observar los fósiles de diatomeas-
Ricardo, ignorando mi desconcierto, levanta su mano derecha señalando un lugar de la Quebrada. En realidad una pared vertical de arenisca pergeñada en el tiempo por el ahora inexistente río.
-Contienen sílice- asegura –y más abajo, camino de la Quebrada de Mazán[3], se repiten… en un paraje que se llama Tinocán[4]-
El sol invernal, en el semidesierto riojano, apenas asoma sobre el perfil de las cumbres lejanas del Ambato[5]. Entonces damos inicio al recorrido.
-Los dejo aquí, y los espero en el cruce con la ruta nueva sobre el cauce del Tuscamayo[6]- había dicho Nicolás -Nos encontramos allí-
Inmersos en arenales amarillentos que rememoran los tiempos del río milenario, continuamos caminando.
-Muchos le llaman (río) Chaguaral[7], aunque así se denomina a la Quebrada… más abajo toma el nombre de río Uscamayo- afirma Ricardo, mientras con un martillo de pico y pala intenta romper la pared rocosa en busca de un fósil.
El reloj marca las ocho y treinta cuando nos encontramos nuevamente con la camioneta.
El recorrido desde la traza antigua hasta la nueva fue corto. El paisaje monótono; con una sequedad que asombra; algunos arbustos de pequeño porte, y árboles que relatan la zozobra que condesciende su supervivencia.
En silencio ascendemos a la camioneta y bajamos por el cauce del río. Hacia el sur, surgen unas elevaciones que reciben el nombre de “Los Pozuelos”.
-Más o menos mil metros de altura- contesta Armando a la pregunta sobre el nivel del mar en que nos encontramos. Luego exhala el humo del cigarrillo inundando el ambiente de doble cabina de la Toyota.
En silencio recorremos el camino de tierra que conduce al cauce del río (Abaucán) entonces la camioneta se detiene. Nicolás señala que llegamos a “La Pirgua”[8] y que debe buscar un paso entre la loma para cruzar el “Colorado”.
El sonido de la radio invade la doble cabina, mientras el movimiento oscilante indica que intentamos transponer el cauce. Transitamos unos kilómetros hacia el sureste por un pequeño paso que denomina “los loros”, y nuevamente nos detenemos. Nicolás deja al comando del vehículo a José, un vecino de Bañado de los Pantanos, indicándole que nos aguarde a las cinco en el sitio del Fuerte del Pantano.
-Vos verás allí si el sol te da lugar, si nos llevás a Bañados por los médanos, o si vas por el otro lado, tomando la senda de tierra hasta la Finca de Arizu- Le indica a su acompañante.
El cruce de miradas se interrumpe, cuando surge el grito de Ricardo: -¡A caminar se ha dicho!-
La senda abierta se hace monte en forma repentina. Atrás (Norte) queda una gigantesca duna amarillenta, y no muy distantes se observan otras de similar contextura.
-Doscientos metros de base- Conjeturo -por unos veinte de alto-
-Casi treinta, gringo- afirma Nicolás.
Guardo silencio respetuosamente, aceptando la ignorancia que contengo, admirado por recorrer terrenos que atestiguan una historia desconocida para la mayoría de los que habitamos Argentina.
-A la derecha se encuentran los restos de un pueblo nativo- Afirma Armando -todavía pueden encontrarse elementos-
-Sería bueno ir a ver- Sostengo.
-Pero ahora no es nuestro destino- Objeta Nicolás -tal vez en otra oportunidad-
-¿A cuanto estamos de la ciudad perdida?- Indago, cambiando el tema de la conversación.
-¡No más de un kilómetro!- Responde Armando.
-Gringo, dos kilómetros al oeste corre el cauce del Abaucán[9]- Acota Nicolás –aunque no es el único nombre que porta, también le llaman “Colorado”, “Salado”, y algunos viejos del Pantano le dicen “Pucamayo”-
El avance es lento, y pronto la sensación de aislamiento disimula la oquedad de los colores. Los pasos penetran la superficie, y pareciera que la profundidad no existe. Sólo lo blando de la superficie permite que nuestras piernas persistan en el empuje para acometer el recorrido.
El paisaje resulta homérico, magnífico; metros y metros de una cinta color beige que se abre paso entre dunas grises, amarillas y blancas.
El reloj marca las ocho y treinta cuando nos encontramos nuevamente con la camioneta.
El recorrido desde la traza antigua hasta la nueva fue corto. El paisaje monótono; con una sequedad que asombra; algunos arbustos de pequeño porte, y árboles que relatan la zozobra que condesciende su supervivencia.
En silencio ascendemos a la camioneta y bajamos por el cauce del río. Hacia el sur, surgen unas elevaciones que reciben el nombre de “Los Pozuelos”.
-Más o menos mil metros de altura- contesta Armando a la pregunta sobre el nivel del mar en que nos encontramos. Luego exhala el humo del cigarrillo inundando el ambiente de doble cabina de la Toyota.
En silencio recorremos el camino de tierra que conduce al cauce del río (Abaucán) entonces la camioneta se detiene. Nicolás señala que llegamos a “La Pirgua”[8] y que debe buscar un paso entre la loma para cruzar el “Colorado”.
El sonido de la radio invade la doble cabina, mientras el movimiento oscilante indica que intentamos transponer el cauce. Transitamos unos kilómetros hacia el sureste por un pequeño paso que denomina “los loros”, y nuevamente nos detenemos. Nicolás deja al comando del vehículo a José, un vecino de Bañado de los Pantanos, indicándole que nos aguarde a las cinco en el sitio del Fuerte del Pantano.
-Vos verás allí si el sol te da lugar, si nos llevás a Bañados por los médanos, o si vas por el otro lado, tomando la senda de tierra hasta la Finca de Arizu- Le indica a su acompañante.
El cruce de miradas se interrumpe, cuando surge el grito de Ricardo: -¡A caminar se ha dicho!-
La senda abierta se hace monte en forma repentina. Atrás (Norte) queda una gigantesca duna amarillenta, y no muy distantes se observan otras de similar contextura.
-Doscientos metros de base- Conjeturo -por unos veinte de alto-
-Casi treinta, gringo- afirma Nicolás.
Guardo silencio respetuosamente, aceptando la ignorancia que contengo, admirado por recorrer terrenos que atestiguan una historia desconocida para la mayoría de los que habitamos Argentina.
-A la derecha se encuentran los restos de un pueblo nativo- Afirma Armando -todavía pueden encontrarse elementos-
-Sería bueno ir a ver- Sostengo.
-Pero ahora no es nuestro destino- Objeta Nicolás -tal vez en otra oportunidad-
-¿A cuanto estamos de la ciudad perdida?- Indago, cambiando el tema de la conversación.
-¡No más de un kilómetro!- Responde Armando.
-Gringo, dos kilómetros al oeste corre el cauce del Abaucán[9]- Acota Nicolás –aunque no es el único nombre que porta, también le llaman “Colorado”, “Salado”, y algunos viejos del Pantano le dicen “Pucamayo”-
El avance es lento, y pronto la sensación de aislamiento disimula la oquedad de los colores. Los pasos penetran la superficie, y pareciera que la profundidad no existe. Sólo lo blando de la superficie permite que nuestras piernas persistan en el empuje para acometer el recorrido.
El paisaje resulta homérico, magnífico; metros y metros de una cinta color beige que se abre paso entre dunas grises, amarillas y blancas.
Mientras avanzo, imagino que el hilo de agua, ya distante, semeja la sangre que nace en la cercana cordillera de San Buenaventura (provincia de Catamarca) en el valle de Abaucán.
-Poco de agua, gringo- acota Armando, ultrajando mi intelecto –en julio no existe nada… y la poca que hay se acumula más abajo, ahí donde el “Turco”[10] ha proyectado construir un dique. Seguramente después pasamos cerca y te lo mostramos-
-No sé para qué- conjetura Nicolás –Si la plataforma para el canal no la han hecho como decía en el Proyecto… Cuando lleguen los vientos, el canal que lleva el agua hacia Bañados (De los Pantanos) se llenará de arena, y de nada servirá haber invertido tanta plata-
Nicolás sigue adelante, confirmando que es el guía Ricardo quien conduce la travesía.
-Vamos hacia el sureste, en línea paralela con el Manchao[11]- afirma éste –apenas lleguemos vamos a descansar un rato para preparar la comida… ¡Digo!-
-Mirá si sos gil- ríe Armando –en vez de ser el gringo (aludiendo a mi persona) sos vos el que parece un chuncano[12]… lo único que falta es que no hayas traído el avio[13] para pasar el día-
No pregunto el significado de la palabra, aunque interpreto que se refiere a la comida. Una vez que ratificamos el destino, descansamos unos minutos para beber agua. Ricardo enciende un cigarrillo y parece abstraerse del momento. Armando se sitúa detrás de un tronco de algarrobo, ocultándose de nuestras miradas.
-Advertido el hombre- sonríe Nicolás.
Mientras ascendemos las pequeñas dunas que conforman el camino, tomo fotografías del paisaje. A pesar de ser invierno, la temerosa presencia del Zonda se hace plausible, y con él la necesidad de beber se convierte en una constante.
Sólo arena, polvo, el viento caliente, y alguno que otro arbusto.
-Acá sólo vas a ver “Upa”[14], “Quentitaco”[15], un tronco que otro de “Algarrobo blanco” y pocos “negros”, “Jarillas” y “Retamas centenarias”… nada más- Cercena Armando.
Al llegar a la parte más alta, me impresiono con la figura del “Manchao”. La cumbre suprema de la sierra de Ambato parece un espejo refractando los rayos del sol, elevados sobre su boato.
-Que bárbaro- percibo –como no ser influenciado por su presencia… me imagino a los originarios brindándole respeto-
-Así debió ser gringo- Contesta Nicolás –si das vuelta el rostro, observaras el Ayún y atrás “Orcoyana”[16], “Vinquis”[17] y más allá “El Shincal”[18]-
El reloj no funciona –seguramente se quedó sin pilas- conjeturo –vaya paradoja- acoto.
-Seguro que es Aspitiya[19]- concluye Nicolás –si no te quiere, va a impedir que te sientas cómodo-
-¿Quién es Aspitiya?-
-El “Qamayoq”[20] de la ciudad perdida- contesta el guía –es un Ser que nadie puede ver… aunque nos esta acompañando desde que ingresamos en su territorio… él cuida todo lo que contiene este lugar-
-Vaya mito- conforma la frase con la que contengo mi ignorancia.
-Así dicen los investigadores como vos, gringo… pero te aseguro que Aspitiya te está estudiando a ver si querés llevarte algo… Por eso, si no tocás nada te dejará ver las siete iglesias, y tal vez alguna otra edificación… Si no, sólo podrás ver las paredes de la iglesia pintada-
Me interrogo, sin elevar la voz, porqué motivo caminamos si en realidad la camioneta estaba preparada para cruzar las dunas.
-Poco de agua, gringo- acota Armando, ultrajando mi intelecto –en julio no existe nada… y la poca que hay se acumula más abajo, ahí donde el “Turco”[10] ha proyectado construir un dique. Seguramente después pasamos cerca y te lo mostramos-
-No sé para qué- conjetura Nicolás –Si la plataforma para el canal no la han hecho como decía en el Proyecto… Cuando lleguen los vientos, el canal que lleva el agua hacia Bañados (De los Pantanos) se llenará de arena, y de nada servirá haber invertido tanta plata-
Nicolás sigue adelante, confirmando que es el guía Ricardo quien conduce la travesía.
-Vamos hacia el sureste, en línea paralela con el Manchao[11]- afirma éste –apenas lleguemos vamos a descansar un rato para preparar la comida… ¡Digo!-
-Mirá si sos gil- ríe Armando –en vez de ser el gringo (aludiendo a mi persona) sos vos el que parece un chuncano[12]… lo único que falta es que no hayas traído el avio[13] para pasar el día-
No pregunto el significado de la palabra, aunque interpreto que se refiere a la comida. Una vez que ratificamos el destino, descansamos unos minutos para beber agua. Ricardo enciende un cigarrillo y parece abstraerse del momento. Armando se sitúa detrás de un tronco de algarrobo, ocultándose de nuestras miradas.
-Advertido el hombre- sonríe Nicolás.
Mientras ascendemos las pequeñas dunas que conforman el camino, tomo fotografías del paisaje. A pesar de ser invierno, la temerosa presencia del Zonda se hace plausible, y con él la necesidad de beber se convierte en una constante.
Sólo arena, polvo, el viento caliente, y alguno que otro arbusto.
-Acá sólo vas a ver “Upa”[14], “Quentitaco”[15], un tronco que otro de “Algarrobo blanco” y pocos “negros”, “Jarillas” y “Retamas centenarias”… nada más- Cercena Armando.
Al llegar a la parte más alta, me impresiono con la figura del “Manchao”. La cumbre suprema de la sierra de Ambato parece un espejo refractando los rayos del sol, elevados sobre su boato.
-Que bárbaro- percibo –como no ser influenciado por su presencia… me imagino a los originarios brindándole respeto-
-Así debió ser gringo- Contesta Nicolás –si das vuelta el rostro, observaras el Ayún y atrás “Orcoyana”[16], “Vinquis”[17] y más allá “El Shincal”[18]-
El reloj no funciona –seguramente se quedó sin pilas- conjeturo –vaya paradoja- acoto.
-Seguro que es Aspitiya[19]- concluye Nicolás –si no te quiere, va a impedir que te sientas cómodo-
-¿Quién es Aspitiya?-
-El “Qamayoq”[20] de la ciudad perdida- contesta el guía –es un Ser que nadie puede ver… aunque nos esta acompañando desde que ingresamos en su territorio… él cuida todo lo que contiene este lugar-
-Vaya mito- conforma la frase con la que contengo mi ignorancia.
-Así dicen los investigadores como vos, gringo… pero te aseguro que Aspitiya te está estudiando a ver si querés llevarte algo… Por eso, si no tocás nada te dejará ver las siete iglesias, y tal vez alguna otra edificación… Si no, sólo podrás ver las paredes de la iglesia pintada-
Me interrogo, sin elevar la voz, porqué motivo caminamos si en realidad la camioneta estaba preparada para cruzar las dunas.
-Lo hicimos para que caminaras reconociendo el lugar- eleva la vos Nicolás, dilucidando la pregunta que nunca efectué.
Luego, el silencio confunde el árido paisaje.
-¡Allí está!- grita Armando -¡Esa es la iglesia pintada!-
A unos cien metros, bajo el manto blanco de un sector de médanos, se divisa una construcción.
Una añeja retama oculta parcialmente la edificación, aunque al acercarme confirmo que se trata de paramentos que han cedido ante el paso del tiempo y los avatares del clima. Paredes de adobes irregulares, unidos con una gruesa mezcla de barro, emergen soterradas por la fina arena, configurando un rectángulo.
-No más de doce metros de largo- conjeturo –cinco metros de ancho-
-Ésta es la iglesia pintada- afirma Nicolás –parece que el zonda hizo estragos, porque ha tapado la mayoría de sus muros, aunque hace unos años la vi completa… hasta el revoque interno pude ver, era blanco… dicen que allí hay pinturas de santos… por eso la llaman iglesia pintada-
Recorro en elipsis el perímetro del rectángulo que se alza hacia el celeste cielo, mientras tomo fotografías del lugar.
-Doce por cinco metros, casi seguro- murmuro, mientras croquizo el espacio en las hojas del cuaderno –La entrada abre al noreste, y su ancho confirma que fue un edificio de carácter religioso- el muro portante del ángulo noroeste, que sobresale, cual campanario, hacia el frente, parece confirmarlo… un espacio pequeño, con techumbre a dos aguas...
-¡Qué bueno sería llevarme uno de estos bloques de adobe-
-Ni lo sueñes- interrumpe Nicolás –¡De acá no nos llevamos nada!… sólo los dibujos y las fotos… aunque seguramente Aspitiya se ha enojado con tu intención-
Enmudezco nuevamente.
-Boman[21] asegura que a mitad del siglo diecinueve el cauce del Abaucán se incrementó por la crecida del río “Abaquí” (“Los Sauces”) y por eso todos los terrenos se inundaron hasta que el agua tomó el cauce del río seco que pasaba por la ciudad perdida. El pueblo se inundó, y como las viviendas no tenían buena base, poco a poco se fueron hundiendo en los médanos… Luego la falta de cereales hizo inútil la residencia-
-Por ese motivo los de Bañados abandonaron el pueblo, y se fueron a su actual lugar (asentamiento) que está más al suroeste, al sur del Fuerte, abajo, del otro lado del río-
Me extiendo sobre el médano, cubriéndome con la campera como si la misma constituyera una pequeña carpa.
-Si este edificio es una Capilla, seguramente abre hacia una plaza, y en el perímetro existen restos de más edificaciones- conjeturo en voz alta.
-Seguramente gringo- responde Nicolás –pero para eso tenemos que venir con arqueólogos y gente que sepa del tema… ya otros lo han intentado… Eso sí, lo que encontraron, como nadie los controló se lo llevaron-
-¿Aspitiya, no hizo nada?-
Me observa desafiante –vos venís de la ciudad, y por eso no crees nada de lo que te digo-
-No- le interrumpo –me parece que estas equivocado-
-No me interrumpas, dejame hablar- continua Nicolás, ante la mirada asombrada de Armando y Ricardo –esos que se llevan cosas de la ciudad perdida siempre terminan mal… Fijate sino en las cruces al lado del camino-
-¿Las apachetas?- Pregunto.
-Eso mismo… muchos dejaron la vida por llevarse cosas de acá-
-Dejá de decir tonterías- Interrumpe Armando –vos crees que el gringo es tonto-
Luego, el silencio confunde el árido paisaje.
-¡Allí está!- grita Armando -¡Esa es la iglesia pintada!-
A unos cien metros, bajo el manto blanco de un sector de médanos, se divisa una construcción.
Una añeja retama oculta parcialmente la edificación, aunque al acercarme confirmo que se trata de paramentos que han cedido ante el paso del tiempo y los avatares del clima. Paredes de adobes irregulares, unidos con una gruesa mezcla de barro, emergen soterradas por la fina arena, configurando un rectángulo.
-No más de doce metros de largo- conjeturo –cinco metros de ancho-
-Ésta es la iglesia pintada- afirma Nicolás –parece que el zonda hizo estragos, porque ha tapado la mayoría de sus muros, aunque hace unos años la vi completa… hasta el revoque interno pude ver, era blanco… dicen que allí hay pinturas de santos… por eso la llaman iglesia pintada-
Recorro en elipsis el perímetro del rectángulo que se alza hacia el celeste cielo, mientras tomo fotografías del lugar.
-Doce por cinco metros, casi seguro- murmuro, mientras croquizo el espacio en las hojas del cuaderno –La entrada abre al noreste, y su ancho confirma que fue un edificio de carácter religioso- el muro portante del ángulo noroeste, que sobresale, cual campanario, hacia el frente, parece confirmarlo… un espacio pequeño, con techumbre a dos aguas...
-¡Qué bueno sería llevarme uno de estos bloques de adobe-
-Ni lo sueñes- interrumpe Nicolás –¡De acá no nos llevamos nada!… sólo los dibujos y las fotos… aunque seguramente Aspitiya se ha enojado con tu intención-
Enmudezco nuevamente.
-Boman[21] asegura que a mitad del siglo diecinueve el cauce del Abaucán se incrementó por la crecida del río “Abaquí” (“Los Sauces”) y por eso todos los terrenos se inundaron hasta que el agua tomó el cauce del río seco que pasaba por la ciudad perdida. El pueblo se inundó, y como las viviendas no tenían buena base, poco a poco se fueron hundiendo en los médanos… Luego la falta de cereales hizo inútil la residencia-
-Por ese motivo los de Bañados abandonaron el pueblo, y se fueron a su actual lugar (asentamiento) que está más al suroeste, al sur del Fuerte, abajo, del otro lado del río-
Me extiendo sobre el médano, cubriéndome con la campera como si la misma constituyera una pequeña carpa.
-Si este edificio es una Capilla, seguramente abre hacia una plaza, y en el perímetro existen restos de más edificaciones- conjeturo en voz alta.
-Seguramente gringo- responde Nicolás –pero para eso tenemos que venir con arqueólogos y gente que sepa del tema… ya otros lo han intentado… Eso sí, lo que encontraron, como nadie los controló se lo llevaron-
-¿Aspitiya, no hizo nada?-
Me observa desafiante –vos venís de la ciudad, y por eso no crees nada de lo que te digo-
-No- le interrumpo –me parece que estas equivocado-
-No me interrumpas, dejame hablar- continua Nicolás, ante la mirada asombrada de Armando y Ricardo –esos que se llevan cosas de la ciudad perdida siempre terminan mal… Fijate sino en las cruces al lado del camino-
-¿Las apachetas?- Pregunto.
-Eso mismo… muchos dejaron la vida por llevarse cosas de acá-
-Dejá de decir tonterías- Interrumpe Armando –vos crees que el gringo es tonto-
Guardo la cámara en el estuche, y retomo los croquis del comienzo. Interpreto la edificación y trasladándome en un espacio tiempo incongruente, imagino su figura rodeada de otras construcciones.
-Seguramente acá cerca debe cruzar ese brazo seco del río… Al establecerse el pueblo el cauce debió estar saturado de agua, porque no me explico de otra manera el motivo para que el pueblo se haya fundado distante del cauce actual- Conjeturo –tal vez después de aquella inundación el río tomó el actual cauce-
Debajo de la retama, y cobijados por la sombra de su copa, nos disponemos a comer.
Mientras mis compañeros aprovechan para dormitar, croquizo sobre el papel, interpretando los diferentes espacios.
La voz de Nicolás interrumpe la tarea.
-Vamos, que nos quedan unos kilómetros para llegar al Fuerte-
Sin preguntar la hora, obedezco la orden, y sigo a Nicolás que ha reiniciado la marcha camino hacia nuestro último objetivo.
Mientras camino, guardo el papel y los lápices dentro de la mochila. Armando transita a mi lado, ya que Nicolás y Ricardo se han adelantado bastante.
Sé que toma a burla mi conducta, y lo acepto; seguramente sospecha sobre mi desconcierto.
Casi cinco kilómetros hacia el suroeste, en una trayectoria que intuyo perpendicular al cauce del río, divisamos el sitio del Fuerte.
La imagen representa un grupo de construcciones deterioradas que se elevan sobre lo que seguramente debió ser una Plaza de Armas española.
-¡Vamos! ¡Acá cerca nos espera José para llevarnos a la ciudad!… apuremos el paso porque nos va a agarrar la noche, y el gallego se va a ir al Diablo con la camioneta… ¡Es más supersticioso que todos nosotros juntos!-
-Y encima miedoso- Concluye Ricardo.
Cansados, iniciamos el descenso hacia la construcción española.
José ha cruzado la camioneta, no sé porqué lugar, y nos espera en un sector plano, hacia el sur de las construcciones de adobe.
-El gallego fue a ver como estaba la senda hacia “el puesto” y de allí viene- acota Armando.
-¿Todavía existe ese camino?- Replica Ricardo.
-¡Así parece!-
Ignorando sus palabras, y fascinado por observar edificaciones españolas de la época de la Invasión, recorro el lugar tomando nota de todo lo que observo.
-¡Parecen Atalayas!- Exclamo -¡Aunque el paso del tiempo y los agentes climáticos han hecho una buena tarea de destrucción!-
El lugar semeja un rectángulo de grandes proporciones. Con una construcción similar en cada una de sus esquinas.
-¡Como si fuera un Castillo!-
Una de las construcciones, la que se encuentra con sus muros en altura, abre hacia el sureste. Son dos paramentos que revelan la utilización de un espacio inferior, otro intermedio, y uno superior que – presumo – servía como torre de control.
Distante unos ciento cincuenta metros hacia el noreste emergen los restos de otra, y hacia el oeste, distante trescientos cincuenta metros de esta última, una construcción semicircular como si se tratase de un sector de defensas para contener los eventuales aumentos del cauce del cercano río.
-Los historiadores dicen que era un triangulo- Acota Nicolás
-No lo creo- sostengo -¿Para qué un triangulo? Si disponían de todo el terreno-
Nicolás evita la respuesta.
-Seguramente acá cerca debe cruzar ese brazo seco del río… Al establecerse el pueblo el cauce debió estar saturado de agua, porque no me explico de otra manera el motivo para que el pueblo se haya fundado distante del cauce actual- Conjeturo –tal vez después de aquella inundación el río tomó el actual cauce-
Debajo de la retama, y cobijados por la sombra de su copa, nos disponemos a comer.
Mientras mis compañeros aprovechan para dormitar, croquizo sobre el papel, interpretando los diferentes espacios.
La voz de Nicolás interrumpe la tarea.
-Vamos, que nos quedan unos kilómetros para llegar al Fuerte-
Sin preguntar la hora, obedezco la orden, y sigo a Nicolás que ha reiniciado la marcha camino hacia nuestro último objetivo.
Mientras camino, guardo el papel y los lápices dentro de la mochila. Armando transita a mi lado, ya que Nicolás y Ricardo se han adelantado bastante.
Sé que toma a burla mi conducta, y lo acepto; seguramente sospecha sobre mi desconcierto.
Casi cinco kilómetros hacia el suroeste, en una trayectoria que intuyo perpendicular al cauce del río, divisamos el sitio del Fuerte.
La imagen representa un grupo de construcciones deterioradas que se elevan sobre lo que seguramente debió ser una Plaza de Armas española.
-¡Vamos! ¡Acá cerca nos espera José para llevarnos a la ciudad!… apuremos el paso porque nos va a agarrar la noche, y el gallego se va a ir al Diablo con la camioneta… ¡Es más supersticioso que todos nosotros juntos!-
-Y encima miedoso- Concluye Ricardo.
Cansados, iniciamos el descenso hacia la construcción española.
José ha cruzado la camioneta, no sé porqué lugar, y nos espera en un sector plano, hacia el sur de las construcciones de adobe.
-El gallego fue a ver como estaba la senda hacia “el puesto” y de allí viene- acota Armando.
-¿Todavía existe ese camino?- Replica Ricardo.
-¡Así parece!-
Ignorando sus palabras, y fascinado por observar edificaciones españolas de la época de la Invasión, recorro el lugar tomando nota de todo lo que observo.
-¡Parecen Atalayas!- Exclamo -¡Aunque el paso del tiempo y los agentes climáticos han hecho una buena tarea de destrucción!-
El lugar semeja un rectángulo de grandes proporciones. Con una construcción similar en cada una de sus esquinas.
-¡Como si fuera un Castillo!-
Una de las construcciones, la que se encuentra con sus muros en altura, abre hacia el sureste. Son dos paramentos que revelan la utilización de un espacio inferior, otro intermedio, y uno superior que – presumo – servía como torre de control.
Distante unos ciento cincuenta metros hacia el noreste emergen los restos de otra, y hacia el oeste, distante trescientos cincuenta metros de esta última, una construcción semicircular como si se tratase de un sector de defensas para contener los eventuales aumentos del cauce del cercano río.
-Los historiadores dicen que era un triangulo- Acota Nicolás
-No lo creo- sostengo -¿Para qué un triangulo? Si disponían de todo el terreno-
Nicolás evita la respuesta.
-Seguramente la cuarta torre, o mirador, fue derruida por las aguas- Aclaro –Si tomamos en cuenta los ángulos rectos y las medidas entre las otras torres, podemos afirmar que la faltante se encontraría en lo que hoy parece ser parte del cauce-
-La verdad, no es tan loca tu hipótesis- Asevera Armando –Del Torreón en pie hay como veinte metros de desnivel hacia el cauce-
-Esto lo levantó un nieto[22] del fundador de Córdoba- Refrenda Ricardo –y es más antiguo que la Ciudad Perdida… Los historiadores aseguran que acá hubo un presidio para controlar a los nativos cuando sucedió la rebelión de los Diaguitas-
-¿No habrá nada debajo de los médanos?- Me dirijo a Nicolás.
-No lo creo gringo- responde –Ya Cáceres Freyre[23], y Boman antes que él, se llevaron lo que había-
-¿Nadie hizo nada para evitarlo?-
-¡Si! Cáceres Freyre hizo los trámites para declararlo monumento histórico… ¡Pero después que se habían llevado todo!-
-¡Qué lástima!- Murmuro.
Satisfecho por la experiencia, me siento apoyándome en los históricos muros, aguardando la llegada de José. Aprovecho para guardar la máquina, seguro de haber completado las treinta y seis fotos del rollo. (aunque siempre aparece una más)
Sin preocuparme por la llegada de la “tarde noche”, observo la figura de la camioneta. Nicolás levanta las manos avisándole a José de nuestra presencia, pero él ya nos ha visto, y lo corrobora destellando las luces.
Cuando el sol se oculta sobre las cumbres de la sierra de Velasco vislumbramos el paso que nos conduce al camino de tierra que sale a la Finca de Arizu[24].
El hilo de agua parece haberse detenido más arriba, porque no lo distingo cuando la camioneta atraviesa el ancho cauce.
Intuitivamente observo la hora, las seis de la tarde.
-Son las seis y media- confirma Ricardo.
-El mío marca las seis- aseguro.
-Ahí lo tienes- ríe Armando –Aspitiya detuvo tu reloj en la Ciudad Perdida durante la media hora que permanecimos en el lugar-
Nuevamente hago silencio…
Luego comparto las burlas de mis compañeros de viaje, mientras la camioneta retoma el camino de asfalto…
Aunque he regresado en numerosas oportunidades a los sitios históricos detallados, el 27 de julio de 1999 significó un quiebre en el espacio tiempo de mi vida. Ese día tuve la oportunidad de comprobar que la historia y las leyendas que había interpretado hasta entonces, se encontraban huérfanas y vacías de pasado.
Visitar el sitio del Pueblo Español del Pantano, y los muros de la Capilla Pintada, en la hoy denominada Ciudad Perdida; y los muros, plataformas y atalayas del Fuerte del Pantano, permitieron cognitivamente ensalzar el concepto relativo sobre “la arquitectura como fundamento del espacio y el tiempo”; en realidad, una compleja estructura existencial que ha perfilado desde entonces mi ecuanimidad, consustanciando el sentido de las preguntas y de las respuestas.
-La verdad, no es tan loca tu hipótesis- Asevera Armando –Del Torreón en pie hay como veinte metros de desnivel hacia el cauce-
-Esto lo levantó un nieto[22] del fundador de Córdoba- Refrenda Ricardo –y es más antiguo que la Ciudad Perdida… Los historiadores aseguran que acá hubo un presidio para controlar a los nativos cuando sucedió la rebelión de los Diaguitas-
-¿No habrá nada debajo de los médanos?- Me dirijo a Nicolás.
-No lo creo gringo- responde –Ya Cáceres Freyre[23], y Boman antes que él, se llevaron lo que había-
-¿Nadie hizo nada para evitarlo?-
-¡Si! Cáceres Freyre hizo los trámites para declararlo monumento histórico… ¡Pero después que se habían llevado todo!-
-¡Qué lástima!- Murmuro.
Satisfecho por la experiencia, me siento apoyándome en los históricos muros, aguardando la llegada de José. Aprovecho para guardar la máquina, seguro de haber completado las treinta y seis fotos del rollo. (aunque siempre aparece una más)
Sin preocuparme por la llegada de la “tarde noche”, observo la figura de la camioneta. Nicolás levanta las manos avisándole a José de nuestra presencia, pero él ya nos ha visto, y lo corrobora destellando las luces.
Cuando el sol se oculta sobre las cumbres de la sierra de Velasco vislumbramos el paso que nos conduce al camino de tierra que sale a la Finca de Arizu[24].
El hilo de agua parece haberse detenido más arriba, porque no lo distingo cuando la camioneta atraviesa el ancho cauce.
Intuitivamente observo la hora, las seis de la tarde.
-Son las seis y media- confirma Ricardo.
-El mío marca las seis- aseguro.
-Ahí lo tienes- ríe Armando –Aspitiya detuvo tu reloj en la Ciudad Perdida durante la media hora que permanecimos en el lugar-
Nuevamente hago silencio…
Luego comparto las burlas de mis compañeros de viaje, mientras la camioneta retoma el camino de asfalto…
Aunque he regresado en numerosas oportunidades a los sitios históricos detallados, el 27 de julio de 1999 significó un quiebre en el espacio tiempo de mi vida. Ese día tuve la oportunidad de comprobar que la historia y las leyendas que había interpretado hasta entonces, se encontraban huérfanas y vacías de pasado.
Visitar el sitio del Pueblo Español del Pantano, y los muros de la Capilla Pintada, en la hoy denominada Ciudad Perdida; y los muros, plataformas y atalayas del Fuerte del Pantano, permitieron cognitivamente ensalzar el concepto relativo sobre “la arquitectura como fundamento del espacio y el tiempo”; en realidad, una compleja estructura existencial que ha perfilado desde entonces mi ecuanimidad, consustanciando el sentido de las preguntas y de las respuestas.
Arq. Víctor José Stilp Piccotte[25]
[1] Ciudad cabecera del departamento Arauco, Provincia de La Rioja.
[2] Ciudad del departamento San Blas de los Sauces, Provincia de La Rioja. Ubicada en el cruce de las Rutas Nacionales N° 60 y 40.
[3] Ciudad del departamento Arauco, Provincia de La Rioja. La Quebrada citada es atravesada por el cauce del Río Abaucán, o Colorado, o Salado, o Pucamayo, entre otras denominaciones.
[4] Pueblo del departamento Arauco, Provincia de La Rioja. Actualmente denominado Villa Mervil. Allí se encuentra un yacimiento de diatomea. Es vocablo aglutinante de origen Cacá – no influenciado por el quechua – cuyo significado – conjeturo – es: “tino” morfemas que señalan “confluencia de…”; “ca” por “rocas”; “an” señalando “altura”.
[5] Denominación de la Sierra que encierra el denominado cajón del Salar de Pipanaco hacia el cerro Aconquija. En la conformación del vocablo emergen los morfemas de origen Cacá “an” por “am”; “pa” por “ba”; y “co” por “to”. (Por cierto, acoto que distinguidos lingüistas han conjeturado un origen quechua para la misma palabra)
[6] Denominación del río. He recogido la voz como “Uscamayo” (“mayo” es vocablo quechua que señala al río)
Se acepta que significa “Rio de la tusca”. (No comparto esa presunción)
[7] Denominación de la Quebrada que nace en los faldeos del cerro “Ayún” (Actualmente se denomina Pabellón – en el sector he relevado un asentamiento Cacá que figura como “Ayúngasta”) Los residentes en Bañados de los Pantanos aseguran que en ese sector de la Sierra de Velasco, los españoles de la época obtenían cobre y plata. (El nombre se trasladó al río seco)
[8] Pueblo abandonado adyacente al Río Abaucán, en la provincia de La Rioja. Ante la falta de agua potable, los pobladores decidieron mudarse a un distrito del pueblo de Alpasinche, en el departamento San Blas de los Sauces.
[9] Río Abaucán. “Aba” es río en idioma Cacá. Nace en el mítico Valle del mismo nombre en la provincia de Catamarca. Cruza por yacimientos o asentamientos nativos, y por el sitio arqueológico “1348” (¿Primitivo asentamiento de los Aymogastas?) luego por la ciudad de Tinogasta, hasta acceder a territorio de la provincia de La Rioja.
[10] Apodo con el que se identifica en estos lares al Presidente (MC) Carlos Menem.
[11] Cumbre suprema de la cadena del Ambato, en la provincia de Catamarca. Los vecinos de la región, aseguran que su cumbre oculta el cráter de un volcán extinto.
[12] Ignorante. También “torpe”.
[13] Provisiones para el viaje.
[14] Denominación de un arbusto rastrero.
[15] Denominación de un arbusto cuyo tronco principal no supera los 40 cm. Desde allí surgen ramas en forma asimétrica. “Quenti” se entiende por “torcido” (a pesar de su significado español “colibrí”) “taco” por “tacu” que es la denominación quechua del algarrobo.
[16] “orco” por “cerro”. “yana” por “negro”. Voz quechua.
[17] Vocablo de origen Cacá. “Qui” significa división, separación, etc.
[18] Proviene de una corrupción fonética derivada del arbusto denominado “Shinqui” (conjeturo que es vocablo Cacá) “El shincal” es el sitio de la única ciudad Inca existente al sur del lago “Titicaca”. Fue abandonada años antes de la llegada del invasor Diego de Almagro en 1536. Sobre la escalinata del acceso al Usnu, o edifico central, el invasor Pérez de Zurita, fundó la primera Londres de la Nueva Inglaterra, el 24 de junio de 1558. (Los escalones originales del Usnu, y parte de sus paramentos, aún se conservan)
[19] Numen Cacá. Protector de la denominada “Ciudad Perdida”. “Aspitiya” es el nombre de un pueblo adyacente al sitio de la ciudad perdida, perteneciente a la cultura Cacá, que fuera literalmente “borrado” por los españoles tras el alzamiento Cacá del año 1632.
[20] Por Guardián. Vocablo de ascendencia quechua.
[21] Por el arqueólogo nacido en Suecia Eric Boman.
[22] Jerónimo Luis de Cabrera y Garay, nieto del fundador de Córdoba, y nieto del fundador de Buenos Aires.
[23] Antropólogo nacido en La Rioja. Prof. Julián Cáceres Freyre – Sus cenizas, de acuerdo a su postrer voluntad, se desparramaron por su terruño adoptivo, la Quebrada de Asha, en los faldeos de la sierra de Velasco, al oeste de Aimogasta.
[24] Plantación de jojoba, hoy abandonada.
[25] La tarea historiográfica sobre la región noreste de la provincia de La Rioja, realizada por el Arq. Víctor José Stilp Piccotte© (1998/2007) se condensa en la obra “Huaymocacasta, inhibición histórica de la Argentina”® Cinco tomos. Aimogasta, 2007, edición de Autor/Editor.
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Publicado por Arq. Víctor José Stilp Piccotte para Gaceta Literaria Huaymocacasta el 5/19/2009 10:42:00 AM
[1] Ciudad cabecera del departamento Arauco, Provincia de La Rioja.
[2] Ciudad del departamento San Blas de los Sauces, Provincia de La Rioja. Ubicada en el cruce de las Rutas Nacionales N° 60 y 40.
[3] Ciudad del departamento Arauco, Provincia de La Rioja. La Quebrada citada es atravesada por el cauce del Río Abaucán, o Colorado, o Salado, o Pucamayo, entre otras denominaciones.
[4] Pueblo del departamento Arauco, Provincia de La Rioja. Actualmente denominado Villa Mervil. Allí se encuentra un yacimiento de diatomea. Es vocablo aglutinante de origen Cacá – no influenciado por el quechua – cuyo significado – conjeturo – es: “tino” morfemas que señalan “confluencia de…”; “ca” por “rocas”; “an” señalando “altura”.
[5] Denominación de la Sierra que encierra el denominado cajón del Salar de Pipanaco hacia el cerro Aconquija. En la conformación del vocablo emergen los morfemas de origen Cacá “an” por “am”; “pa” por “ba”; y “co” por “to”. (Por cierto, acoto que distinguidos lingüistas han conjeturado un origen quechua para la misma palabra)
[6] Denominación del río. He recogido la voz como “Uscamayo” (“mayo” es vocablo quechua que señala al río)
Se acepta que significa “Rio de la tusca”. (No comparto esa presunción)
[7] Denominación de la Quebrada que nace en los faldeos del cerro “Ayún” (Actualmente se denomina Pabellón – en el sector he relevado un asentamiento Cacá que figura como “Ayúngasta”) Los residentes en Bañados de los Pantanos aseguran que en ese sector de la Sierra de Velasco, los españoles de la época obtenían cobre y plata. (El nombre se trasladó al río seco)
[8] Pueblo abandonado adyacente al Río Abaucán, en la provincia de La Rioja. Ante la falta de agua potable, los pobladores decidieron mudarse a un distrito del pueblo de Alpasinche, en el departamento San Blas de los Sauces.
[9] Río Abaucán. “Aba” es río en idioma Cacá. Nace en el mítico Valle del mismo nombre en la provincia de Catamarca. Cruza por yacimientos o asentamientos nativos, y por el sitio arqueológico “1348” (¿Primitivo asentamiento de los Aymogastas?) luego por la ciudad de Tinogasta, hasta acceder a territorio de la provincia de La Rioja.
[10] Apodo con el que se identifica en estos lares al Presidente (MC) Carlos Menem.
[11] Cumbre suprema de la cadena del Ambato, en la provincia de Catamarca. Los vecinos de la región, aseguran que su cumbre oculta el cráter de un volcán extinto.
[12] Ignorante. También “torpe”.
[13] Provisiones para el viaje.
[14] Denominación de un arbusto rastrero.
[15] Denominación de un arbusto cuyo tronco principal no supera los 40 cm. Desde allí surgen ramas en forma asimétrica. “Quenti” se entiende por “torcido” (a pesar de su significado español “colibrí”) “taco” por “tacu” que es la denominación quechua del algarrobo.
[16] “orco” por “cerro”. “yana” por “negro”. Voz quechua.
[17] Vocablo de origen Cacá. “Qui” significa división, separación, etc.
[18] Proviene de una corrupción fonética derivada del arbusto denominado “Shinqui” (conjeturo que es vocablo Cacá) “El shincal” es el sitio de la única ciudad Inca existente al sur del lago “Titicaca”. Fue abandonada años antes de la llegada del invasor Diego de Almagro en 1536. Sobre la escalinata del acceso al Usnu, o edifico central, el invasor Pérez de Zurita, fundó la primera Londres de la Nueva Inglaterra, el 24 de junio de 1558. (Los escalones originales del Usnu, y parte de sus paramentos, aún se conservan)
[19] Numen Cacá. Protector de la denominada “Ciudad Perdida”. “Aspitiya” es el nombre de un pueblo adyacente al sitio de la ciudad perdida, perteneciente a la cultura Cacá, que fuera literalmente “borrado” por los españoles tras el alzamiento Cacá del año 1632.
[20] Por Guardián. Vocablo de ascendencia quechua.
[21] Por el arqueólogo nacido en Suecia Eric Boman.
[22] Jerónimo Luis de Cabrera y Garay, nieto del fundador de Córdoba, y nieto del fundador de Buenos Aires.
[23] Antropólogo nacido en La Rioja. Prof. Julián Cáceres Freyre – Sus cenizas, de acuerdo a su postrer voluntad, se desparramaron por su terruño adoptivo, la Quebrada de Asha, en los faldeos de la sierra de Velasco, al oeste de Aimogasta.
[24] Plantación de jojoba, hoy abandonada.
[25] La tarea historiográfica sobre la región noreste de la provincia de La Rioja, realizada por el Arq. Víctor José Stilp Piccotte© (1998/2007) se condensa en la obra “Huaymocacasta, inhibición histórica de la Argentina”® Cinco tomos. Aimogasta, 2007, edición de Autor/Editor.
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Publicado por Arq. Víctor José Stilp Piccotte para Gaceta Literaria Huaymocacasta el 5/19/2009 10:42:00 AM
1 comentario:
Este comentario, lo realiza el autor de "Sueños y Quimeras sobre Arauco".
Dirigido a la colega Gladys Acevedo.
Publicar las ideas de colegas, amigos, y de caminantes en los senderos de la Historiografía, forma parte indisoluble de ese sentimiento que contiene a los que integramos "el banal ritual de imaginar una argentina diferente"
No es común hallar caminos en los caminos colegas.
mucho menos, encontrar amigos, en los amigos colegas.
Gracias Gladys.
Los que te conocemos, los que compartimos este placer de la vida, que la vida transforma en escritura, sabemos de tu generosidad, mas allá de tu capacidad.
Dejemos entonces, volar la poética y la Historia, y mientras lo hacemos, como el autor del Principito...
Sembremos en la tierra, las semillas de la cultura de este pueblo argentino.
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